Esther Sánchez Sánchez y Elisa Botella Rodríguez-¿Condenados a repetir la historia?

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¿Condenados a repetir la historia? 

La crisis financiera de 2008, cuyas consecuencias son aún visibles, ha aumentado el interés de la opinión pública hacia la Historia Económica y relanzado la importancia de esta disciplina en los debates académicos y profesionales. A menudo se subraya la escasa formación histórica de muchos de nuestros agentes económicos y financieros, a la vez que se reivindica a defensores clásicos de la Historia Económica como Joseph A. Schumpeter y John M. Keynes, y defiende la necesidad de que esta asignatura incremente su presencia en los planes de estudios universitarios. Sin duda una mayor formación en Historia Económica ayudaría a nuestros responsables políticos y económicos a establecer diagnósticos (y soluciones) sino infalibles al menos lo más acertados posible para hacer frente a los problemas del mundo actual.

Y es que el mundo en el que vivimos, y dónde nuestros egresados habrán de actuar, es ante todo el resultado de una larga evolución previa. Son las grandes fuerzas económicas históricas (el colonialismo, el capitalismo, la globalización, la industrialización, las revoluciones tecnológicas, etc.) las que han configurado nuestra actualidad. Muchas de las claves para comprender la realidad de hoy en día, cada vez más compleja, plural y cambiante, se hallan en el pasado. Con su perspectiva de largo plazo y su enfoque multidisciplinar, la Historia Económica aporta los instrumentos necesarios para obtener una visión más global, crítica y matizada de nuestro presente. En 2008, al inicio de la crisis financiera, Paul Krugman nos recordaba que si olvidamos la Historia o, lo que es peor, si rechazamos aprender de ella, estamos condenados a repetirla ¿condenados a repetir la historia? (The New York Times, 21/03/2008). Diez años más tarde, el profesor italiano Piero Bevilacqua, haciendo balance de la situación actual de Italia, nos advierte que sin la Historia, sin la profundidad de perspectiva respecto al pasado, el presente se recorta como un fenómeno inmóvil, plano y monocausal, y así, nadie puede comprender cómo y por qué hemos llegado hasta aquí y nadie puede divisar vías de salida para el futuro (Il Manifesto, 25/10/2018).

Ahora bien, es frecuente encontrarse con una actitud de desinterés, un bajo nivel de conocimientos previos y un escaso espíritu crítico entre los estudiantes que inician su contacto con la Historia Económica. No comprenden su utilidad en los Grados de Economía y Empresa, y la asocian a la mera lectura de textos aburridos y/o incomprensibles, y a la memorización de datos inservibles. Los profesores de Historia Económica intentamos (y en buena medida logramos) convencerles de que la Historia Económica no es tangencial sino central en sus estudios, porque proporciona lecciones aplicables al presente, porque aporta un marco de referencia que ayuda a comprender mejor la situación actual, porque previene de modelos excesivamente mecánicos y ajenos a los avatares del comportamiento humano, y porque genera herramientas fundamentales para los procesos decisionales de economistas y empresarios de todos los sectores. Las Historia Económica proporciona, es cierto, información sobre los grandes acontecimientos, procesos y protagonistas económicos del pasado, pero también proporciona formación para ordenar, dar sentido y saber utilizar la masa ingente de información que todos encontramos dentro y fuera del aula. Por ello, los profesores de Historia Económica, lejos de abrumar con un bombardeo de datos, enseñamos a seleccionarlos, ordenarlos y manejarlos. Más que ofrecer un mero inventario de hechos económicos, ayudamos a interpretarlos, a comprender sus interrelaciones, a suscitar críticas e interrogantes, y a argumentar desde distintas perspectivas de análisis. A estos objetivos responden muy bien nuestras prácticas, que en línea con las premisas del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), fomentan la implicación directa de los estudiantes en el proceso de aprendizaje y el uso de un amplio abanico de tecnologías de la información y la comunicación (TICs).

Una de las prácticas que más satisfacciones nos ha aportado en cursos académicos recientes ha sido el estudio de las similitudes y diferencias entre la crisis de 1929, que desembocó en la Gran Depresión de los años treinta, y la crisis de 2008, origen de la Gran Recesión actual. Los casos prácticos reales son magníficos para demostrar la importancia y utilidad de la Historia en los estudios de Economía y Empresa.

Desde 2008, a raíz de la última crisis financiera global, se ha potenciado el estudio de las crisis en perspectiva histórica. La bibliografía es ingente. Los trabajos de Barry Eichengreen, Kevin O’Rourke, Ben Bernanke, Nicholas Crafts, Peter Fearon y Carlos Marichal en el ámbito internacional, y los de de Antonio Parejo, Carlès Sudrià, Enrique Llopis, Jordi Maluquer, Francisco Comín y Jordi Catalán en el ámbito nacional, son sólo algunos ejemplos destacados. Todos ellos buscan, desde distintas perspectivas de análisis, paralelismos entre estas dos grandes crisis del capitalismo. Compararlas ayuda a nuestros estudiantes a desarrollar destrezas como la búsqueda y selección de información, el conocimiento de diversas corrientes de pensamiento y el desarrollo de actitudes críticas hacia interpretaciones simples y/o doctrinales. Se logra, con ello, un aprendizaje poderoso, capaz de perdurar en el tiempo tanto por lo aprendido como por la capacidad de aprender.

En octubre de 1929 estalló el crack de la bolsa de Wall Street, con efectos derivados para toda la economía norteamericana. A lo largo de los años treinta, la Gran Depresión se difundió al resto del mundo, con la única excepción de la URSS. En Europa, la crisis causó verdaderos estragos en Alemania, lastrada aún por las consecuencias de la I Guerra Mundial y muy dependiente de Estados Unidos desde la aplicación del Plan Dawes (1924). La crisis del 29, que a día de hoy sigue siendo la más grave que han sufrido nunca las economías capitalistas desarrolladas, no se explica únicamente por el hundimiento de los precios de los títulos cotizados en bolsa. A ello hay que añadir la recesión económica iniciada antes de 1929, resultado de una sobreproducción industrial y agraria (el fordismo había disparado la oferta), que desembocó en una deflación generalizada. También hay que sumar las quiebras bancarias producidas después de 1929, de bancos afectados directamente por el crack bursátil, y de bancos que a continuación se toparon con un público aterrorizado que retiró en masa sus depósitos. El descrédito de los bancos fue tal que los estadounidenses prefirieron dejar su dinero ‘bajo el colchón’ antes que someterlo al amparo de cualquier banco. De esta forma, las entidades que no desaparecieron con el crack se quedaron sin liquidez y por tanto redujeron el crédito, lo que afectó enormemente al consumo y la inversión. Se produjo una caída de la actividad económica y, de ahí, un desempleo que llegó al 25% de la población activa en un país que, aunque fuese la primera potencia mundial, no tenía aún implantadas las prerrogativas mínimas del Estado del Bienestar. No puede pasarse por alto, en fin, la ineficiente gestión del gobierno republicano de Herbert C. Hoover (1929-1933), que aferrado al liberalismo y convencido de que la crisis era pasajera no realizó más que unos pocos ajustes tímidos y en absoluto suficientes para frenar la tragedia.

En las elecciones de finales de 1932, el demócrata Franklin D. Roosevelt accedió al ejecutivo con una mayoría aplastante. Tenía una ardua tarea por delante. Tan amplia era entonces la magnitud de la crisis, y tan ineficaz había sido la política económica liberal, que dominaba el convencimiento de que había que dotar al estado de un papel más activo en la economía, a fin de compensar la inestabilidad recurrente de la actividad privada y potenciar un crecimiento sólido y equilibrado. Llegó el New Deal (1933) y con sus medidas de corte keynesiano logró sanear el sistema financiero, reducir el paro y mejorar la situación de los más desfavorecidos. Los niveles anteriores a 1929, no obstante, no se recuperaron hasta 1938-39, cuando el rearme frente al avance nazi en Europa primero, y el estallido de la II Guerra Mundial justo después, consiguieron que al gasto público se sumase la inversión privada en una movilización general para la guerra.

El punto de partida de la crisis de 2008 se asocia a la quiebra de uno de los grandes bancos de inversión de Wall Street: Lehman Brothers. Pero ya en 2007 se registraron algunos signos de inestabilidad: HSBC anunció pérdidas como consecuencia de su inversión en hipotecas subprime, concedidas a gente claramente insolvente, y Bear Stearns y BNP Paribas advirtieron a sus clientes de la imposibilidad de recuperar parte de sus fondos por problemas de liquidez. La Gran Recesión actual, como la Gran Depresión de los años treinta, no se circunscribieron a Estados Unidos, sino que originaron una gran contracción del comercio y la inversión mundiales (países ‘comunistas’ incluidos) y un auge del populismo y la demagogia que se prolongaron, como mínimo, durante la década siguiente.

Como en los felices años 20, se registró a principios de los 2000 un gran crecimiento de la oferta (en buena medida procedente de economías emergentes) y de la especulación financiera (muy concentrada en el mercado inmobiliario, cuyos precios aumentaron espectacularmente al margen de los órganos supervisores). Como entonces, también se han producido sucesivos episodios de colapsos bancarios, que han llevado a retiradas masivas de depósitos, si bien ahora su destino está más diversificado: movimientos interbancarios, letras del tesoro y paraísos fiscales, entre otros. Como entonces, el desempleo ha registrado tasas superiores al 25% de la población activa, pero los subsidios han garantizado el mantenimiento de unos niveles mínimos de consumo y evitado, en último término, la paralización del sistema productivo. Respecto a la política económica, las altas dosis de liberalismo imperantes antes de la crisis fueron reemplazadas por un mayor intervencionismo después de la crisis. Incluso los más acérrimos defensores del liberalismo, como George W. Bush, acabaron por admitir que el mercado no bastaba para asignar de manera eficiente los recursos, y procedieron a nacionalizaciones y fuertes inyecciones de capital público.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué no se siguió el ejemplo de 1929 para enfriar la burbuja ¡ antes del crack de 2008? ¿Tanto nos cuesta aprender de los errores del pasado? La Historia Económica está plagada de factores coyunturales (los episodios especulativos, por ejemplo) que anuncian la fragilidad o el agotamiento de los modelos estructurales vigentes. También de fallos de mercado que justifican, una y otra vez, la intervención del estado. La Gran Depresión de los años treinta demostró que los mercados, dejados a su aire, no tienden al equilibrio, sino a hinchar burbujas, por lo que pueden, demasiado fácilmente, sufrir fracasos catastróficos. Pero se nos olvidó. Volvieron los tiempos felices y la despreocupación, la barra libre crediticia, y los comportamientos ilícitos. Wall Street protestó ante unas regulaciones que limitaban el riesgo, pero también las ganancias. Los políticos relajaron las reglas y los bancos crearon intrincados acuerdos financieros para sortear las que aún quedaban en pie. Y como era de esperar, la burbuja especulativa reventó, y todos pagamos las consecuencias. Los estados intervinieron, pero el dinero público no se destinó tanto a políticas sociales (de hecho, hubo recortes) como  a rescatar a los grandes titanes de la banca y la industria. El gobierno de Estados Unidos y la FED dejaron caer a Lehman Brothers, pero desde entonces ya no dejaron caer a nadie más, guiados por la máxima del Too Big To Fail. ¿Hemos conseguido así frenar el desastre? ¿O al extender la confianza en el estado-rescatador hemos perpetuado los desmanes del sistema financiero? Seguramente, como en casi todo, en el medio está la virtud: la discusión no debería basarse en la dicotomía regulación sí o no, sino en el grado de regulación a aplicar en función de múltiples criterios.

Apenas hemos salido de la primera gran crisis financiera del siglo XXI, y son ya muchos los expertos que vislumbran otra en el horizonte, producto de la proliferación de activos de alto riesgo, la reducción de la liquidez y la insuficiente supervisión. Cierto es que las crisis y los booms especulativos han sido y probablemente serán recurrentes a lo largo de la Historia. Pero hay errores que podríamos evitar, abordando por ejemplo esa reforma financiera a gran escala que todavía no se ha realizado, e insistiendo más en la necesidad de una economía al servicio de todos y no de unos pocos. Lo ha dicho hasta Dick Fuld, el último presidente de Lehman Brothers: «soy un capitalista incondicional, pero seamos justos: el capitalismo solo funciona si la riqueza se crea en la parte superior y después se va filtrando hacia abajo; si la riqueza no baja, habrá problemas» (El País, 9/10/2018). Esperemos que nuestros estudiantes no olviden la Historia y no se vean por tanto obligados a recordarla por la vía dura. En ello estamos.

 

Más sobre la Gran Depresión de los años treinta vs la Gran Recesión actual

Bernanke, B. (2016): El valor de actuar, Madrid, Península.

Catalán, J. (2014): «From the Great Depression to the Euro Crisis», Revista de Historia Industrial, 56, pp. 15-45.

Comín, F., Hernández, M., eds. (2013): Crisis económicas en España 1300-2012. Lecciones de la Historia, Madrid, Alianza.

Crafts, N.; Fearon, P., eds. (2013): The Great Depression of the 1930s: lessons for Today, New York, Oxford University Press.

Eichengreen, B. (2015): Hall of Mirrors: The Great depression, The Great recession, and The Uses and Misuses– of History, New York, Oxford University Press.

Llopis,E., Maluquer, J., eds. (2013): España en crisis. Las grandes depresiones económicas, 1348-2012, Barcelona, Pasado & Presente.

Marichal, C. (2014): «Historical reflections on the causes of financial crises. Official investigations, past and present, 1873-2011», Investigaciones de Historia Económica, 10, pp. 81-91.

O’Rourke, K. (2016): «Two Great Trade Collapses: The Interwar Period & Great Recession Compared», IMF Economic Review, 66, pp. 418-439.

Parejo, A., Sudrià, C. (2012): «The Great Depression versus The Great Recession. Financial crashes and industrial slumps», Revista de Historia Industrial, 58, pp. 161-215.

 

Esther y Elisa son profesoras del área de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Salamanca. Esther es Doctora en Historia por las Universidades de Salamanca y Sorbona-Paris IV. Es especialista en la historia de las relaciones franco-españolas y el papel de las grandes multinacionales francesas en el desarrollo socio-económico de España en el siglo XX. Elisa es Doctora en Economía de América Latina por la Universidad de Londres. Sus investigaciones se centran en la historia agraria de América Latina desde la segunda guerra mundial hasta la actualidad, sobre todo en los casos de Cuba, Costa Rica y Brasil. Fue Vicedecana de Economía en la Facultad de Economía y Empresa.