David Anisi Alameda – Parte I. Economía: la pretensión de una ciencia

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Parte I. Economía: la pretensión de una ciencia

Dentro de la obra de David se encuentran sus «Cuentos Económicos», en forma de pequeñas historias con trasfondo económico. Para estas páginas hemos seleccionado un fragmento de la Lección Inaugural que pronunció en el solemne Acto Académico de inicio del Curso 2006-07 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca. En él se puede apreciar la capacidad de David para hacernos pensar y replantearnos lo que muchos dan por establecido, abordando el núcleo de la llamada Ciencia Económica. Agradecemos la gentileza de la Secretaría General de la Universidad de Salamanca por permitirnos su reproducción y animamos al lector, si lo tiene a bien, a interesarse por el resto de su obra.

«La Teoría Económica es algo parecido a una caja de herramientas» decía Robinson. «Deseo que los economistas sean humildes y eficaces como un dentista» decía Keynes.

Fue la perspectiva del Cambridge, Inglaterra, de la época. Nada es más útil para solucionar los pequeños y continuos problemas domésticos que una caja de herramientas, nada como la imagen del dentista keynesiano para evidenciar la posibilidad de que alguien de forma muy sencilla pueda solucionarnos problemas que en su ausencia podrían llevar al suicidio.

Y ambas visiones dejan satisfechos a muchos. Tanto a aquellos que pretendemos que poco a poco, y pasados muchos años, la Economía pueda quizá aproximarse a tener unas características semejantes a una Ciencia, como a aquellos otros que pretenden que la Economía es ya una Ciencia.

Esta doble posición explica el título de esta lección «Economía: la Pretensión de una Ciencia». La «pretensión» como solicitación de algo que se desea, y la «pretensión» como derecho que alguien juzga tener sobre algo.

Los que pensamos que la Economía dista mucho de ser una Ciencia tenemos bastantes argumentos. Hoy querría narrar aquí una historia que, a mi modo de ver, ejemplifica claramente lo que en nuestra disciplina sucede: la aceptación o rechazo de las teorías económicas no por su adecuación, o no, a los hechos, sino por su adecuación, o no, a la política dominante. Es el caso, precisamente, de la aceptación, y posterior rechazo del llamado keynesianismo.

Modelos y visiones

En Economía, hoy, se investiga y discute con modelos: analíticos, matemáticos, gráficos, econométricos… Tras cada uno de ellos hay una cosmología que diría Leijonhufvud, una visión, como diría Schumpeter, o una filosofía política como diría Eichner. Y tras esa visión, un momento histórico.

Estos modelos se agrupan por escuelas. Los modelos pertenecientes a la misma escuela comparten la misma visión o cosmología, y en ese sentido son similares entre sí. La distancia entre esas escuelas dependerá de la diferencia de las visiones, ocurriendo a veces que una misma visión se usa por varias escuelas, en las que la diferencia es sólo un matiz.

El problema en Economía es que muchos de esos creadores de modelos difícilmente reconocen que detrás de sus criaturas hay visiones, cosmologías e ideologías.

Creen que actúan como «científicos» no condicionados por nada ni nadie. Y mucho menos por la historia: las «verdades» que establecen, piensan que poseen características de atemporalidad.

Tómese alguna, o muchas, de las revistas más prestigiosas en Economía, y difícilmente se podrá encontrar un trabajo en el que se haga una reflexión sobre el planteamiento ideológico desde el que se emite; y mucho menos sobre los hechos históricos que configuraron éste.

En general, para los, por otro lado, muy reputados autores, incluso premiados con el Nobel, «la estructura dinámica de los tipos de interés» tiene el mismo contenido ideológico e histórico que «el ciclo del benceno», o «la velocidad de caída libre de los graves».

Con este panorama la discusión entre nosotros es difícil por no decir imposible. Como se niegan las ideologías, se debe discutir sobre los modelos que las reflejan pero sin mencionarlas; para agravar el problema la contrastación empírica siempre está llena de condicionantes, y, por si fuera poco, los experimentos sociales son –hay que decir que afortunadamente– casi imposibles de llevar a cabo.

Como ya hemos dicho trataremos de ejemplificar lo expuesto considerando el auge y posterior abandono del llamado keynesianismo5. Para ello contaremos una primera historia que, como gusta a la mayor parte de los economistas pretendidamente científicos, está exenta de ideología, aunque no de coherencia; luego veremos la misma historia bajo el prisma ideológico, y concluiremos con una aproximación histórica.

Inflación y desempleo

En el periodo 1930-1938 en Europa6 y EE UU hay un desempleo muy elevado7. Tras la Segunda Guerra Mundial el objetivo declarado de todos los políticos fue la consecución del pleno empleo. Se abrió la caja de herramientas de la Señora Robinson, se extrajeron los instrumentos convenientes y la tasa de desempleo pasó a ser casi despreciable. La herramienta usada para combatir el desempleo era sumamente eficaz.

Parece que cuando había voluntad política se podía acabar con el desempleo. ¿Se podría hacer lo mismo con la inflación?

Las cifras de inflación asociadas al periodo 1973-83 fueron muy elevadas9, y, análogamente a lo que pasó con el desempleo en los cincuenta, a partir de los ochenta el objetivo declarado de todos los políticos fue el de acabar con la inflación. Se volvió a abrir la caja de herramientas se seleccionaron los instrumentos adecuados y la inflación se redujo hasta un 4% tanto en Europa como en EE.UU en el periodo 83-96.

Parecería que individuos humildes y anónimos como el dentista keynesiano hubiesen tomado la herramienta precisa de la caja de la Señora Robinson y la hubiesen utilizado eficazmente para reducir el desempleo en su momento, o controlar la inflación posteriormente.

CONTINUARÁ…

 

David fue Catedrático de Fundamentos de Análisis Económico en la Universidad de Salamanca desde 1991 hasta 2008. Fue un gran profesor, muy querido por los estudiantes, y un buen escritor, destacando su habilidad para combinar ambas facetas y conseguir divulgar y acercar la Economía de una manera rigurosa, instructiva y amena, a un gran público no familiarizado con ella. En el patio interior de la Facultad de Economía y Empresa se conserva una placa en su honor, bajo el castaño que él plantó, como homenaje, al que también pretendemos contribuir dedicándole el epílogo de la presente obra.