El control de las emociones y el estrés en el trabajo
¿Por qué es importante conocer las emociones?
Saber interpretar las emociones es crucial porque aunque los humanos justificamos racionalmente nuestras decisiones, solemos decidir emocionalmente. Esto es, en muchos casos, la emoción suele influir más en la razón que esta última en la emoción.
Aunque cuando tomamos decisiones pensamos que lo hacemos de forma racional, casi siempre actuamos condicionados, en buena medida, por nuestras emociones. Pensamos que somos racionales, pero somos básicamente emocionales.
Las emociones tienen mucha fuerza y son difíciles de cambiar. Actúan como un filtro que condiciona nuestra percepción de la realidad y determinan nuestras expectativas, las cuales son esenciales para comprender nuestra conducta tanto dentro como fuera de la empresa.
Por todo ello, el estado emocional de los trabajadores influye en su forma de actuar. Por ejemplo, en cómo planifican sus tareas, en cómo las llevan a cabo o en cómo controlan su ejecución.
¿Qué es la inteligencia emocional?
Según los psicólogos Peter Salovey y John Mayer, quienes acuñaron el término, la inteligencia emocional es una construcción teórica formada por cuatro dimensiones:
1. La percepción de las emociones. La inteligencia emocional es mayor cuanto más capaz se es de percibir las emociones, tanto propias como ajenas, y los cambios o transiciones emocionales. Esto implica la capacidad de reconocer las expresiones faciales y el resto de canales, tanto verbales como no verbales (gestos, movimientos, contacto físico, vestimenta) a través de los cuales las emociones se manifiestan.
2. La facilitación de las emociones. Una persona es más inteligente emocionalmente cuanto más fácil le resulta utilizar las emociones para optimizar los procesos cognitivos, como la concentración, el pensamiento creativo o la toma de decisiones.
3. La comprensión de las emociones. Es la capacidad para entender las causas desencadenantes de las emociones.
4. La regulación de las emociones. Una persona es emocionalmente inteligente cuando es capaz de regular (caldear o enfriar) sus emociones para lograr un objetivo (por ejemplo, manejar la impresión causada por un individuo en otra/s persona/s).
Sin embargo, fue el psicólogo Daniel Goleman quien popularizó el concepto de inteligencia emocional, definiéndola como la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los de los demás, de motivarnos y de manejar adecuadamente las relaciones. Para Goleman la inteligencia emocional tiene cinco componentes:
1. La autoconciencia: Habilidad para reconocer y entender en uno mismo las propias fortalezas, debilidades, estados de ánimo, emociones e impulsos, así como el efecto que estos tienen en los demás y en el trabajo. Para desarrollar esta capacidad hay que aprender a reconocer las señales físicas de nuestro cuerpo, esto es, si estamos nerviosos, si sentimos calor, frío, escalofríos? Si nos conocemos bien, podemos saber qué intentar hacer para sentirnos mejor.
2. La automotivación: Capacidad para animarse y poder seguir el sabio consejo de «haz como si lo fueras hasta que lo seas». Para evitar el desánimo, cuando queda mucho por hacer, la clave es pensar en la próxima estación y apenas en el destino final. Debilidades tenemos mil. Recrearnos en ellas es inútil y contraproducente. Debemos concentrarnos en corregir nuestros errores, porque nos dañan a nosotros y a los demás. Nuestra única opción para crecer es apoyarnos en nuestras fortalezas. Es lo que hace la gente que sobresale. La iniciativa es la palanca para movilizar las fortalezas. Es la habilidad de mantenerse en un estado de continua búsqueda y persistencia en la consecución de los objetivos, haciendo frente a los problemas y encontrando soluciones. Este deseo de competencia se manifiesta en las personas que muestran gran entusiasmo por su trabajo y por alcanzar metas más allá de la simple recompensa económica.
3. El autocontrol: Habilidad para controlar nuestras emociones e impulsos para adecuarlos a un objetivo, responsabilizarse de los actos propios, pensar antes de actuar, evitar los juicios prematuros y no caer en provocaciones.
4. La empatía: Capacidad para entender las necesidades, los sentimientos y los problemas de los demás, y reconocer sus cambios emocionales. Alguien es empático cuando es capaz de ponerse en la piel de otra persona.
5. Las habilidades sociales: Capacidad para establecer y mantener interacciones o relaciones con otras personas.
¿Cómo nos influyen las emociones?
Las emociones pueden ser una fuente de bienestar, pero también de conflicto psicológico. El afecto influye en cómo vemos las cosas y qué pensamos de lo que vemos. Así, cuando estamos de buen humor tendemos a juzgar las cosas de forma positiva, mientras que cuando estamos de mal humor es más probable que hagamos evaluaciones negativas de los mismos hechos. Ver la botella medio llena o medio vacía depende mucho del estado emocional que estemos atravesando.
Tanto el afecto positivo como el negativo nos pueden ayudar o perjudicar. Lo beneficioso del afecto positivo es que amplía nuestro horizonte: tenemos pensamientos más variados y, en consecuencia, no es extraño que nos permita ver más opciones. Sin embargo, como quien mucho abarca poco aprieta, se nos pueden pasar por alto detalles importantes. Por su parte, lo perjudicial del afecto negativo es que impide el flujo y el disfrute, y puede desmotivarnos. Sin embargo, también tiene su lado bueno: nos permite concentramos más en los detalles.
Ambos tipos de afecto son necesarios para desarrollar la inteligencia, puesto que esta consiste, por un lado, en encontrar soluciones (a lo que sobre todo contribuye el afecto positivo) y, por otro, en no perder de vista los problemas que se pueden derivar de las mismas.
¿Qué factores determinan el nivel de estrés en el trabajo?
El estrés es el malestar causado por todo aquello que produce tensión. El alto nivel de exigencia de muchos puestos de trabajo puede generar estrés en los empleados. Las causas de estrés son innumerables, pero se pueden agrupar en tres categorías:
– La hostilidad. Cuanto más agresivo es el entorno (mayor competencia, clientes exigentes y desagradables), más estrés.
– El dinamismo. Cuantos más cambios se producen en el negocio en el que opera la empresa, más estrés, porque más alerta hay que estar para identificar los cambios y poner en marcha las acciones necesarias para adaptarse a los mismos. La velocidad y la impulsividad generan estrés, que nos agota emocionalmente. La presión del tiempo dispara las emociones negativas como la ansiedad, el miedo y la ira. ¿Hay entonces que hacerlo todo lento? No. Lo que hay que hacer es actuar con calma, que es interior. Cuando se está calmado es posible ir más rápido, ser más productivo.
– La complejidad. Cuanto mayor es el número de relaciones que se han de contemplar para llevar el negocio, más estrés. La complejidad aumenta el número de contactos que es necesario mantener y multiplica la posibilidad de que surjan imprevistos que haya que atender.
Cuando se padece estrés, el cansancio se acumula antes. Cuanto mayor es el cansancio acumulado, menos se rinde y más probable es cometer errores. Padecer un alto nivel de estrés es un problema muy grave que puede conducir a descuidar la higiene, la vida personal y familiar, y a sufrir enfermedades gástricas y cardiovasculares.
¿Qué podemos hacer para controlar el estrés?
El trabajo y la vida personal tienen vasos comunicantes. Lo que te pasa en el trabajo te afecta fuera de él, y lo que te sucede fuera del trabajo te lo llevas al trabajo.
Camilo José Cela aseguraba que el que resiste, gana. Pero en realidad gana el que es resiliente. Este término, procedente de la metalurgia, hace referencia a la capacidad de un material para recobrar su forma original después de someterse a una presión que lo ha deformado. La resiliencia, por tanto, es la capacidad de una persona para recuperarse ante las adversidades. La verdadera fortaleza está en la flexibilidad más que en la fuerza. La fuerza es bruta. La flexibilidad es inteligente.
El desarrollo de la resiliencia requiere tiempo y esfuerzo. Sobreponerse es condición necesaria para reponerse. Y cuando reponerse no es posible, porque muchos traumas son indelebles, es importante poder sobreponerse. La resiliencia requiere coraje y sacar fuerzas de flaqueza. Para su logro es útil seguir las siguientes pautas:
– Para. Si ves que te cuesta mucho seguir, para. No hay puesto ni dinero que compense un infarto.
– Evita las discusiones. Decía el cardenal Mazarino que «si te ofenden, lo mejor es que actúes como si no hubiera pasado nada, porque las disputas solo generan disputas, y ya no tendrías paz». Al tratar con personas conflictivas, debemos intentar no hacer caso de sus ataques y evitar convertir los conflictos en algo personal. A veces, cambiando de actitud podemos conseguir que ellos cambien también su forma de actuar. Esto no significa que debamos ceder siempre. Se trata de encontrar un camino que nos permita hacer frente al problema sin demasiado coste personal.
– No insistas cuando el otro no escucha. No intentes que alguien que no escucha te comprenda. Da igual lo buena que sea tu intención: es como tratar de inflar un globo pinchado.
– Evita las personas tóxicas. Algunos compañeros de trabajo pesados o clientes insufribles pueden llegar a volverte loco. No trates de enfrentarles, solo conseguirás desgastarte.
– Cuida el modo con el que te hablas. Procura hablarte en positivo. Según cómo nos hablamos moldeamos nuestras emociones, las cuales cambian nuestras percepciones. No es lo mismo decirse «todavía tengo una hora» que «sólo me queda una hora». Lo primero es mejor porque contribuye a calmarse. Ser positivo no consiste en negar lo negativo, sino en centrarse en lo que puede ser útil. Quejarse de lo que está mal es razonable, pero no es práctico. Los pensamientos negativos solo favorecen el que las personas entren en bucle, lo que se conoce como rumiación.
– Cuida tu cuerpo. La salud física es una condición indispensable para la salud mental. Ya lo decían los clásicos: «mens sana in corpore sano». Cuidando tu cuerpo cuidas también tu mente. El peor descuido es el de las necesidades fisiológicas. Dormir bien y comer bien es fundamental para trabajar bien. Y hacer ejercicio de forma regular y moderada es necesario para tener energía.
– Haz lo posible para estar de buen humor. El buen humor aumenta la capacidad de concentración porque permite poner toda la carne en el asador al no despilfarrar recursos cognitivos en pensamientos negativos derivados del mal humor.
– Disfruta de tus momentos de ocio. Para los clásicos el ocio era el tiempo más importante, porque era el consagrado a la mejora de uno mismo, a la contemplación, a la conversación con los amigos? El nec-ocio era para los pensadores griegos aquello que hay que hacer para ganar dinero cuando no queda más remedio. Esto es, el ocio sería el espacio dedicado al enriquecimiento personal y el negocio las actividades imprescindibles para poder pagar las facturas.
– Llévate bien contigo mismo. Se quiera o no, uno se pasa el día consigo mismo. Ser autocomprensivo no implica ser autocomplaciente. La comprensión se basa en la honestidad, mientras que la autocomplacencia está relacionada con el victimismo o la falta de propósito de enmienda. Equivocarse de forma no intencionada es humano. Además, los errores deben verse como una oportunidad para aprender y no como un fracaso. Quererse no es ser narcisista, sólo implica valorarse. Hablarse en positivo es fundamental. Los pensamientos negativos, cuando son frecuentes, se vuelven automáticos, y nos hacen rumiar y agotarnos emocionalmente al llevarnos a estar dando vueltas constantemente
sobre lo mismo.
– No dejes que te manipulen. Hay que tener mucho cuidado con las personas hipócritas y envidiosas. Actúan de forma deshonesta, mienten y traicionan fácilmente nuestra confianza. Este tipo de individuos buscan dañar nuestra reputación difundiendo rumores o sembrando cizaña, contando mentiras o medias verdades a otras personas. En estos casos nunca hay que mostrar debilidad.Un manipulador no irá a buscar a un egoísta. Tratará de aprovecharse de alguien sensible, bueno. El modus operandi suele ser mostrarse zalamero, para lograr que la otra persona ceda y, posteriormente, aprovecharse de ella. Lo loable es ser generoso, no tolerante. Y la auténtica generosidad exige ser intolerante con el abuso. Si dejamos nuestro bienestar en manos de los demás estamos totalmente indefensos. Es importante ser consciente de que cuanto menos generosas sean las personas que nos rodean, más vulnerables somos. Si no tienes muy claro que jamás debes permitir que te manipulen, es fácil que otros abusen de tu bondad y confianza.
– Evita las situaciones que te ponen de mal humor. Ser emocionalmente inteligente implica evitar aquellas situaciones que uno sabe que serán desagradables. De la misma forma que sabemos que hay alimentos que nos sientan mal o cuya digestión nos resulta muy pesada, si cada vez que veo a Antonio me pongo de los nervios, lo más inteligente es no salir a la misma hora que él sale a tomar café. Ojos que no ven, corazón que no siente. Las emociones siguen una lógica implacable: sentir ira por ver a alguien que no soportamos es tan natural como sentir asco al oler algo podrido.
– Aprende a perdonarte. Hay que aceptar que errar es humano, lo que no consiste en ser autoindulgente por sistema, sino en aplicar el principio de no hacerse daño a uno mismo. Y si alguna vez caes en el pozo, haz lo posible para salir de él lo antes posible, en lugar de lamentarte. El sufrimiento es inútil. Y precisamente por este motivo, perdonarse es una de las claves de la felicidad, junto con quererse y tomar las riendas de tu vida. Si no aprendes a perdonarte, no aprendes a vivir.
Luis es profesor de Organización de Empresas en la Universidad de Salamanca. Cuenta con una amplia experiencia en Administración de Empresas, particularmente en la Gestión de Recursos Humanos, ámbito en el que ha desempeñado funciones directivas. Sus investigaciones se ubican en la intersección entre la Organización, el Derecho, la Economía y la Psicología y han sido publicadas en prestigiosas revistas nacionales e internacionales. Actualmente dirige el Máster Universitario en Investigación en Administración y Economía de la Empresa por las Universidades de Burgos, León, Salamanca y Valladolid, y es subdirector del Instituto Multidisciplinar de Empresa (IME).